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Autores, muerte y letras

Tiempo,

aniquilando mi estancia,

fugado de este mundo,

Sade decía mis verdades,

Poe me contaba cuentos,

Tolkien me enseñaba a pelear

y Ende a soñar.

Alma,

soy un alma mutilada,

silenciosa y partida,

desgarrada de su piel,

mientras Maquiavelo me hacía rey,

Shakespeare quien soy,

y García Márquez me llevaba sin retorno

al realismo mágico en el que siempre vivo.

Corazón,

destrozado en su centro,

sangrante en su alma,

moribundo y sobreviviente,

latiendo sólo por no dejar,

justo cuando Fuentes me enseñaba el Aura,

Moliere me hacía reír,

Cervantes me idealizaba,

Sócrates me hastiaba

y un tal Rostand, un Edmundo

me ponía por nombre:

Cyrano de Bergerarc.


Espíritu,

inquebrantable,

infranqueable,

siempre sin dejar de ser,

cambiando todo a su paso,

bajo la leyenda de

“nada está escrito”

hasta con Marx y su dialéctica,

Hobs y Leviathan

en la realidad incomprendida de Kafka

y el bicho que todos somos,

Sartre inexistentemente humano

para que Freud marcara mi vida

y McLuhan mi caminar.

Libertad,

fui yo y nadie más,

el protagonista de una historia,

el héroe de una leyenda,

poeta desamado

y lo siento si pase por alto

a Harris o a Platón,

si se me olvido Christian Andersen

Dovstoyesky y Ovidio

no conté a Fabrizzio

en la Cartuja de Sthendal

ni Lovecraft,

ni Neruda,

porque las últimas letras

que habrá en mi

sobre otros mil letreadores malditos

soy y seré

el último poeta;

las últimas letras serán

de un

tal Rodrigo Díaz,

la búsqueda a comenzado...

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