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Qué penoso

Qué penoso que al principio del Otoño te digo adiós,

que desastroso que cuando empiezan a caer las hojas de los árboles se caen nuestras esperanzas de una historia juntos.

Qué pena que tenga que apuntar a tus inseguridades, a tu falta de tierra en el vendaval, puedo vivir en la más traicionera de las incertidumbres, sin puerto fijo, sin promesas, sin un destino final pero no puedo vivir sin esperanza, sin determinación, sin saber que al final de la tormenta llegaré a algún lado, sea cual sea.

Qué penoso que las alfombras de hojas crocantes se quedaran sin nuestros pasos serenos filosofando y buscando como curar nuestras heridas, que pena en verdad que no te haya encontrado cuando mi mejor virtud era mi estoicismo, mi creencia templaría en el amor que no existía más que en mi fe,

Qué pena que las escaramuzas que bosqueje para nuestros encuentros fugaces se queden en el limbo de las ideas, que pena que al final le tengo que dar la razón a ese instinto degradado que me dice que todo va a salir mal, que me dice que la búsqueda es en sí una paradoja, una desamparada búsqueda de sentido que encuentra su sentido en no encontrarlo.

Pase la Primavera y el Verano en el positivismo de creer tener algo que no merezco, algo que no cabe en mi penitencia, en mi olvido, en mi carta del destino, algo que no tengo porque no sé tenerlo, porque atento en mi contra al tenerlo, que solo cabe en mi debilidad y mi necedad, en mi falta de resignación al estado en el que al final me siento más o menos completo, pero que para que se pueda dar en cada ocaso he de mirar al cielo nocturno solo.

Tengo un espacio para ti entre mis promesas rotas y mis delirios de poeta, entre mis aventuras más heroicas y mis renglones más torcidos, no puedo vivir sin saber que existes en mi recuerdo para estrangular mi vida. Soy una forma de medio vida exótica que brilla en la obscuridad al crear ideas excéntricas, que de algún modo sobrevive con el alma de un niño que aún cree que su nave espacial bajo la mesa con alas de cobija lo llevará a un mundo donde mis macabras imperfecciones y cicatrices autoinflingidas no sean juzgadas.

Me enfrento a la madrugada sentado de piernas cruzadas con nada más que mi insomnio y mi cobija, la respiración de mi perro suena como la marea cuando estas frente al mar en la obscuridad, el frio me cala la espalda, la ausencia me descarna la cordura, tuve tantas ganas de amar, en serio; era un fin, no un viaje, no un estado inocuo de autodestrucción. Tiene años que con solo ver el tono del cielo nocturno sé la hora, cuantas horas perdí y qué tan poco dormiré, un talento inútil más que guardo para madrugadas donde acaricio tu cabello, donde hablamos de tantas cosas, donde nos reímos, donde guardamos silencio, donde construimos mundos de ideas prolíficas, donde yo te abrazo para hacerte sentir segura, pero tú le das sentido a mi todo.

Qué pena en verdad que solo me quedé gritar en verbos y adjetivos los planes bobos que tenía para una vida que no tuve. Al salir el sol, me vuelvo la fiera que debo de ser y la otra parte se esconde de la luz para evitar morir. No me mal entiendas, he aprendido a vivir bajo el sol, siento orgullo de mi resiliencia legendaria, de mi torcido sentido del humor ante la adversidad, de la invulnerabilidad ante la tragedia, de la anticipación con la que veo al mundo venir.

 

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