Perdía las noches y los días
amando sin remedio,
creyendo con tanta fe
en un amor
más del terreno de la religión
qué el de la pasión
Perdido en mis infinitos laberintos,
anhelando tu presencia
como si de una deidad
te hubieras tratado
y ambos sabemos que eres todo
menos perfecta,
buena quizá,
Santa nunca.
Luego otros días
estuve estrellado en esos parajes de piel sin sentido,
con una vehemencia animal,
con la furia de un tigre huyendo del cautiverio
que va tan rápido que se despintan sus rayas,
desgarrando piel,
desgarrando vidas,
desgarrando historias,
siempre con el miedo de que en un descuido
me volvieran a arrojar a la jaula.
Extraño en cierto sentido ese sentido de epopeya
con el que te ansiaba,
ese correr heroico,
esa vida de tormenta,
esas huidas a las tierras de la pasión que siempre acababan
a deshoras.
Extraño efectivamente saber que amaba,
que sabía amar,
que por encima de un mundo que se empecinaba en aplastarme,
existía en mi un resquicio de tal nobleza y perfección
que permanecía estoico e inmaculado,
que guardaba yo como un tesoro en mi interior,
que prometía darle sentido a todo,
a cada traición artera,
a cada beso vació,
a cada atardecer desolado,
a cada vaso vacío,
a cada canción que creí entender,
a cada noche que prometí tenerte.
Y hoy extraño ese todo que me daba sentido,
abrí la bóveda y la encontré vacía,
sin nota de adiós,
sin una firma de aquel que la ultrajo.
Todo está vacío,
como yo,
como mi vida,
como mi interior
y toda lucha
parece haber perdido su sentido.
Parece que llegue al estado perfecto del poeta
escribiré por siempre de un amor que creí conocer
que creí tener,
que creí besar,
que creí perseguir,
pero que al final es tan esquivo
que perdí;
o era tan altivo mi sueño
que lo inventé.
Te deje de sentir aquí.