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Kamikaze Poppukōn

Durante la Segunda Guerra Mundial, el Eje del Mal dedico tiempo, esfuerzo y recursos a toda investigación científica que propusiera una ventaja definitiva en la guerra. De tal suerte que fueron financiados los más extraños y sui generis proyectos bélicos que jamás el mundo hubiera visto. Desde paquetes cohete personales que permitirían una lluvia de Nazis sobre Washington; hasta un misil transcontinental conocido como X3; perros modificados genéticamente y la búsqueda del Súper Soldado. Japón no se quedo atrás, su ingenio sin igual llevo al Laboratorio de Investigación Tecnológica del Noveno Ejército a crear los Fusen Bakudan, un audaz plan que consistió en lanzar globos llenos de hidrogeno desde Japón y que utilizando la corriente de aire Jet Stream llegaban a suelo americano cargando bombas. La censura de la prensa acallo el ataque, pero lo que sólo una docena de personas en todo el mundo aún saben es que los japoneses usaron las bombas como una cortina de humo para su verdadero plan, uno tan siniestro y demente que simplemente fue denominado como: Kamikaze poppukon.


Nuestra historia comienza en un pequeño pueblo en la costa del Pacifico de los Estados Unidos, Sin un nombre en especial el pequeño pueblo como cualquier otro es una de esas pequeñas poblaciones pesqueras que vive de las suculentas y costosas langostas de mar abierto. Un grupo de hombres se aventuran durante semanas a mar abierto en busca de los preciados animales. El pequeño poblado se ubica en un pequeño valle con costa abierta, aparenta haber sido pintado en perfecta concordancia con el entorno. Como cualquier otro pueblo de E.U. hay una calle principal donde puedes encontrar tiendas de víveres, una librería, unos cuantos restaurantes, una pequeña clínica, un taller de autos y el edificio más complicado del pueblo que es una pequeña replica de la Casa Blanca que sirve como ayuntamiento desde donde despacha el alcalde Diggory, un hombre regordete adicto a las costillas BBQ del restaurante de Molly, una dulce señora de ojos azules conocida en tres condados por sus inmaculados Pays de Manzana; al final de la barra de su merendero el Barracuda, cuelgan 7 listones azules que la acreditan como la más fabulosa fabricante de dichos postres a los cuales tiene una especial predilección el Sr. Marauder, quien además lleva cortejando discretamente a la Sra. Molly por ya casi 20 años.


El Sr. Marauder es propietario y operador del único Cine del pueblo llamado Odeon, un viejo edificio que lleva proyectando películas por más de 50 años, de hecho su proyector es tan viejo que las nuevas cintas ya no son compatibles, así que lo más nuevo que puedes ver es el Retorno del Jedi y unas cuantas docenas más de filmes antiguos que el Sr. Marauder distribuye con astucia durante el año. Varios pobladores del pueblo le han ofrecido ayuda para comprar un nuevo proyector o por lo menos un video proyector que le permita pasar algunas cintas en DVD, pero él se niega, dice que simplemente no es lo mismo. En el Lobby del Odeon, como en todo cine viejo hay una taquilla con esos pequeños boletos que vienen en rollo, como los que dan ahora en los juegos de destreza. Y claro una surtida dulcería con una enorme máquina de palomitas, estás son por raro que suene en estos días totalmente naturales, un viejo granjero que todo mundo llama Riven es ahora el encargado de surtir los granos, antes venían de la gran ciudad pero ahora utilizan muchos químicos o son de micro ondas. El Sr. Marauder tuvo que hacer una larga labor de convencimiento para que Riven se decidiera a destinar parte de su cosecha, desgranarla, secarla y vendérsela como granos para palomitas.


Riven vive a las afueras del pueblo, en una granja de unos 10 acres, en sus parcelas se encuentran las más hermosas mazorcas de maíz que pudieras imaginar, de granos dorados y limpios. Riven limpia y atiende sus parcelas con gran cuidado, sus enormes elotes le han ganado concursos por todo el condado, pero no siempre fue así, cuando era pequeño recuerda que su padre tenía serios problemas con sus cosechas, la sal del mar y los muchos días lluviosos que azotan el pequeño le daban un mal rato a los elotes. Riven debió tener menos de 10 años, su memoria ya es un poco borrosa, sin embargo recuerda haber visto el cielo lleno de globos, enormes globos de casi 10 metros de diámetro, después se escucho un gran estruendo que desapareció la casa de la viuda Harlington de la faz de la tierra y entonces muchos de estos globos explotaron sobre la raquítica plantación de su padre. Al principio pensaron que esto era una calamidad más, entre su padre, su madre y él, tardaron varios días en retirar los pedazos de globo. Entonces llego el ejercito, eran tiempos de guerra, estas cosas raras ocurrían y los militares se limitaron a revisar que no hubiera más explosivos, pisaron la cosecha, los amenazaron para que no mencionaran nada del suceso por el bien del mundo libre.
Algún tiempo después los globos, los feos y desabridos elotes de su padre empezaron a cambiar, sus granos se hicieron grandes y dorados, con el tiempo, cosecha tras cosecha los elotes se fueron volviendo más y más grandes y con un exquisito sabor. Todo mejoro para la familia de Riven y con el tiempo cuando sus padres murieron el decidió quedarse con la granja de los hermosos elotes.


Ahora mismo los granos de elote se han terminado de secar, Riven está de pie viendo las extensas mesas asoleadas por el sol naranja del verano. El granjero los mira con un poco de preocupación, no está del todo seguro de esto, quizá porque nunca lo había hecho antes, toma uno de los pequeños granos y lo pone a contra luz, son perfectos, dorados, grandes y listos. Después de un rato de ponerlos en unos costales los sube en la parte trasera de su destartalada pick up y emprende el camino hacia el pueblo.


En ese momento, en la calle principal un ruidoso camión de pasajeros da la vuelta, hace la parada en una señal y se abre la puerta del autobús, un chofer mal encarado baja limpiándose el sudor de la frente y se dirige a los compartimientos de equipaje de donde descarga una viejísima maleta con cientos de sellos y letras que no entiende, la deja en el piso mientras el dueño de la maleta baja, le saluda ajustándose ligeramente el sombrero, vuelve a subir y arranca.


El pasajero, de corta estatura, con un extraño sombrero que termina en punta, que junto con su abrigo dan la impresión de ver un pequeño triángulo con pies al verlo de lejos. Sus ojos rasgados que aparentan estar cerrados, una larga barba entre cana y su rostro inexpresivo, nos evocan al lejano oriente, como un viejecillo maligno de alguna película de karate. Mira hacia el Este y ve el mar reflejando los últimos rayos de sol. Entonces camina hacia el merendero Barracuda. Entra por la puerta y una pequeña campaña suena, deja su pesada maleta, cuelga su sombrero y su abrigo y se sienta en la barra, ahora se ve aún más pequeño y frágil que antes. Molly se acerca a él y limpia la barra sin ponerle atención a su rostro, entonces nota su barba y ve sus facciones orientales.

- ¿No eres de por aquí verdad querido?
- Quiero un té y algo de comer.
- La especialidad del día es sopa, roast beef con elote dulce y una rebanada de mi famoso pie de manzana.
- Eso está perfecto, gracias.


Fuera del merendero un niño de casi 10 años camina por la calle, su nombre es Mike y se dirige al Odeon, ha visto cada película del acervo del Sr. Marauder pero aún así se emociona cuando de cuando en cuando pasan alguna de sus favoritas, como hoy que exhiben The Goonies. Unos metros antes de él Riven llega en su camioneta y descarga dos costales de granos para palomitas, que son recibidos por Joe un joven de preparatoria que ayuda al Sr. Marauder por un módico sueldo. Cuando las viejas puertas del Odeon se cierran por si mismas, Riven de pie fuera ve como el joven coloca algunos granos en la máquina de palomitas.


Todos conocemos el sonido de las palomitas cuando se hacen, es una pequeña explosión que sucede porque dentro del grano hay una pequeña gota de agua, en menos de una décima de segundo el interior del grano se vira hacía afuera y tenemos una palomita. Está ocasión, el sonido es un poco diferente, una especie de quejido surge de la máquina, Joe voltea rápidamente pero al no ver nada se encoge de hombros y sigue con sus labores. Afuera se empiezan a formar varias parejas de adolescentes que no pondrán mucha atención a la película, algunos niños y sus padres, no hay mucho que hacer en este pueblo así que el cine siempre es una opción en un viernes en la noche.


En el Barracuda mientras tanto el hombre oriental da sorbos a la sopa mientras juguetea con algunas papas flotando. Mike que entró al establecimiento viendo que tenía aún tiempo pidió una rebanada de pie de manzana y mira de cuando en cuando al hombre japonés quien de pronto se da cuenta, hasta que al sentirse incomodo abruptamente se dirige al niño.

- ¿Nunca has visto un japonés?
- Si, pero no de cerca.
- ¿No parezco un Samurái o si?
- No, definitivamente no. Estoy aprendiendo a hablar japonés.
- ¿Ah si?
- Veo mucho anime.
- Ah, si caricaturas.
- ¿Qué hace aquí?
- No me creerías si te lo dijera.
- Inténtelo, prometo no burlarme.


Los ojos verdes del niño denotan la sinceridad que sólo la infancia da. El hombre japonés necesita de todos modos hablar de vez en cuando con alguien, su carga ha sido pesada por los últimos años y decirle la verdad a un niño no hará daño a nadie, quizá se convierta en un cuento.

- Verás...
- Michael Bukanon, Mike para usted.
- Mike. Bueno cuando hay guerras uno hace cosas que no debería de hacer. ¿Sabes lo que es un Kamikaze?
- No realmente.
- Niños, demasiadas caricaturas, un Kamikaze era un piloto de avión japonés durante la Segunda Guerra Mundial. Eran hombres valientes que entregaban su propia vida estrellando sus aviones contra sus enemigos.
- Lo entiendo.
- Ahora imagina que pudieras poner el espíritu de miles de estos hombres en cosas inocentes, algo de comer por ejemplo.
- ¿La comida mataría gente?
- Así es....


El japonés calla y mira con sorpresa el plato que Molly le ha traído, un par de rebanadas de roast beef finamente cortadas acompañadas de un enorme elote amarillo. De inmediato lo toma, se quema un poco las yemas de los dedos y lo levanta preguntándole a Molly con un rostro de terror.

- ¿De dónde son estos elotes?
- ¿Qué? - contesta Molly asustada -
- ¡¿De dónde son?! ¿Quién los cosecha?
- Un viejo granjero.. a las afueras del pueblo, su nombre es River.


El japonés saca un billete y lo pone en la barra, toma su abrigo, su sombrero y su maleta y sale del merendero seguido por Mike.

- ¿Sabes dónde vive River?
- Si, hacia allá.

Un horrible grito rompe la calma del pequeño pueblo, el grito viene del Odeon, la fila de gente ya entró y seguramente la película esta comenzando. De pronto los cristales de las puertas del cine y la taquilla explotan violentamente y algo así como pequeñas balas salen despedidas a toda velocidad contra todo lo que encuentran a su paso, personas que caen heridas, automóviles que explotan, todos los aparadores de las pequeñas tiendas y las librerías. Una de las esquirlas sale hacia el niño y el japonés que están de pie atónitos, pasa entre ellos rompiendo el cristal del barracuda y entonces rueda por el piso. Mike la ve, es solo una palomita de maíz, de pronto está empieza a temblar de la nada y su interior se enciende en un naranja incandescente, entonces se levanta del suelo y vuelve a entrar al merendero donde se escuchan cristales rotos y gritos de Molly.
- ¡Kamikaze Poppukōn! - dijo el viejo japonés con terror -

Mike lo escucho y recordó sus lecciones de japonés y dijo:

- Palomitas Kamikaze...

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